ATHLETIC
Los sueños de Elizegi
PERFILES DE CAMPAÑA

JON RIVAS
Aitor Elizegi no es un cocinero, un restaurador, o un artista de los fogones. Elizegi es un globo aerostático. Basta darle caña al quemador, avivar la llama, para que se infle y se eleve en el aire en busca de sus sueños que, por ahora, abarcan mucho y aprietan poco. Navega por encima de las nubes, desde donde sólo se escucha el silencio y las vistas son espléndidas. Allá abajo, desde el globo, todo parece perfecto, y el mundo se desprende de sus problemas. Si por el fuera, volaría sin control, o mejor dicho, a su aire, por encima de San Mamés, de Ibaigane, de los campos de la Liga, e incluso, por encima de la diáspora vasca, que es algo tan gaseoso y a la vez tan concreto como la filosofía, de la que no abjura pero matiza, de ahí algún desliz al que muchos le han querido sacar punta.
Elizegi es un globo aerostático que a la vez aparece en escena con el forro de los bolsillos del pantalón sacados hacia fuera, como se representa a aquellos que no tienen ni un ochavo. Pero cuidado: eso no habla de la solvencia del candidato, sino de esa comparación odiosa, en definitiva una discusión un tanto obscena de nuevos ricos sobre quién puede gastarse más dinero si se hace con las riendas del Athletic. Uno habla de 300 millones, y quien escribe se pregunta qué diantres puede hacer un club como el Athletic para gastarse 300 millones de euros sin que se pueda considerar tal hipotética situación, como un derroche sin sentido.
Desde su globo aerostático, Elizegi observa los molinos y cree que son gigantes contra los que pelear para cambiar las reglas del juego, y no sólo en asuntos tan áridos como los avales dinerarios que un candidato novel debe presentar, sino de otros más resbaladizos como el poder de los compromisarios en las asambleas, que él quiere diluir en la democracia universal de todos los socios. Para ello, sin duda, deberá liderar una transición, como la de España del 78, y conseguir que los socios con derecho a voto en la asamblea, renuncien a sus derechos, como hicieron los procuradores en Cortes del franquismo cuando cedieron sus prebendas a un proceso constituyente. Sin que nadie entienda, claro, que hacemos aquí una comparación entre aquellos carcamales de camisa azul y los compromisarios de alma rojiblanca.
Pretende Elizegi, para ello, que el debate se prolongue lo que deba prolongarse hasta hallar una solución. Si son tres días consecutivos en Lezama, dice, así se hará, como los cardenales del concilio de Viterbo, que permanecieron encerrados a pan y agua durante un año hasta elegir Papa. Si consigue ser presidente habrá que ver si puede poner en práctica todos sus proyectos, o una parte razonable de ellos; si dignifica el papel de los veteranos, si se inventa una grada de animación al estilo de The Kop, en Anfield, algo con lo que sueña cuando se sube al globo y navega por encima de las nubes.
Posiblemente ese sea el papel que ha elegido Elizegi, como Josu Urrutia prefirió convertirse en el guardián de las esencias, el cancerbero feroz que protege la casa del padre, aunque Aitor también hace mención al aitaren etxea cuando habla del Athletic. Lo bueno de los viajes en globo de Aitor Elizegi es que, después de observar sus vuelos durante un par de semanas, está claro que allá abajo, en tierra, tiene a un grupo de colaboradores que estiran de la cuerda para acercar el globo a la tierra; que el aire caliente que eleva el artefacto, se alimenta de la gasolina de aquellos que tienen que hacer frente a los problemas concretos. Aitor, el restaurador que imagina platos deliciosos es el ideólogo, ese es su papel, el de piloto del globo, pero no viaja solo. Sus sueños están bien, pero alguien debe manejar el GPS, y da la sensación de que el equipo que le acompaña está suficientemente preparado.
