EL TOUR 2017
Kittel tiraniza las llegadas
El corredor alemán consigue su cuarto triunfo parcial y casi tiene ganado el maillot verde
11 de julio 10ª etapa Périgueux-Bergerac / 178 kms.
A orillas del Dordoña, en el Perigord, los ciclistas se adormecen en el pelotón y adormecen a quienes ven la etapa por televisión, es el tópico del Tour, la siesta en el sofá, el volumen bajo, el ojo medio cerrado hasta los últimos kilómetros, cuando ya se sabe que Marcel Kittel es el más fuerte y es poco probable que haya alguien que le haga sombra.
El más cercano fue el percherón Boasson Hagen, pero siete milímetros le impidieron romper la racha del alemán. En Bergerac, donde Miguel Indurain asombró al mundo del ciclismo, el día que le cambiaron el nombre al dramaturgo francés para convertir en Tirano el nombre propio de Cyrano en honor al navarro, Kittel también se convirtió en otro tirano, pero en el sprint y ganó, esta vez por más de dos metros, su cuarta etapa en el Tour.
En Bergerac, Indurain dobló en su desenfreno a Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió. Le sacó más de dos minutos a Tony Rominger, un segundo ya derrotado tras la exhibición de su rival. Allí mismo, Marcel Kittel se convirtió en el primer alemán en ganar trece etapas, desués de haber igualado en su anterior triunfo a Erik Zabel. Como le sucede a Froome en la clasificación general, a Kittel ya casi no le quedan rivales en las llegadas masivas.
En el Tour se han disputado cinco y él ha ganado cuatro. El otro ciclista que consiguió levantar los brazos fue Arnaud Demare, que ya no está en el Tour. Llegó a casi una hora de Rigoberto Urán el domingo y entró fuera de control. Además arrastró a la ruina a otros tres compañeros de equipo que trataron de ayudarle a llegar a tiempo. Ninguno está ya en carrera.
Nadie más parece en condiciones de disputar el sprint a Kittel, que ni siquiera necesita del ritual habitual de los llegadores, apoyados en sus equipos. Llega desde atrás, a su bola, adelanta a quienes tienen la osadía de disputarle el triunfo, y les sobrepasa como quien lava.
Busca su camino, lo más limpio posible, y no tiene que liarse a manotazos como Nacer Bouhanni, multado con un minuto de penalización por golpear a otro corredor. Lo hace muy fácil. Mario Cipollini, en sus tiempos, exhibía en sus cabalgadas de los últimos metros, su melena rubia al viento. Kittel, por obligación, debe llevar el casco. Se lo quita al llegar, descanso sobre él con su mata dorada, mientras se recupera del brutal esfuerzo, y después se abraza con sus compañeros de equipo. El maillot verde lo tiene casi asegurado.
Froome también entró en Bergerac en el territorio de los elegidos. Alcanzó cincuenta días vestido de amarillo, como Jacques Anquetil, y lo consiguió en un día plácido, sin problemas, que también permitió a Alberto Contador restañar sus heridas físicas y morales y avanzar que tal vez en los próximos días, sin nada que perder, trate de ganar algo. Será bueno para el espectáculo, que hasta ahora sólo lo dan Kittel con sus sprints, y los escapados sin esperanza de cada día. Esta vez les tocó a dos franceses: Gesbert, de 21 años, debutante en el Tour, y Offredo, que ya tiene 30 y que también corre por primera vez la ronda francesa.
Sabían que nunca llegarían; se llevaron los premios intermedios y hablaron de sus cosas por el camino. Tal vez Offredo le contó a Gerbert que hace unos meses, un conductor y su acompañante, después de una discusión en un cruce, se bajaron del coche y le dieron una paliza que le rompió la nariz. Ya lo ha olvidado y aún tiene humor para meterse una paliza camino de Bergerac, aún sabiendo que pese a su esfuerzo, casi siempre gana Kittel.