EL TOUR 2017
La curva de Izagirre y Valverde
Geraint Thomas, compañero de Froome, el mejor de los favoritos, primer líder
1 de julio 1ª etapa Düsseldorf-Düsseldorf / 14 kms. (CRI)
En 2003, el año del Centenario del Tour, Matthew White estaba a punto de cumplir su sueño. Fichó por el Cofidis, después de pasar varios años en el US Postal de Armstrong, con una cláusula en el contrato que obligaba a su equipo a alinearle en el Tour después de varios años como profesional sin haber podido correr la carrera francesa. El primer día salió a mediodía a conocer el circuito de Lieja junto a sus compañeros. Recorrió los seis kilómetros y al acabar, unos metros después de la línea de meta, no se dio cuenta de que en la calzada había un saliente de color amarillo para proteger unos cables. Tropezó con él, se fue al suelo y se rompió la clavícula. Su sueño se esfumó antes de poder cumplirlo.
En el inicio del Tour 2017 se corría una etapa en apariencia sencilla, apenas unos kilómetros para quitar los nervios, desentumecer el cuerpo, aclimatarse al ambiente; en un entorno amable, Düsseldorf, una ciudad que acoge la carrera con los brazos abiertos. Catorce kilómetros para abrir boca, y en esto, un accidente, y las esperanzas de Alejandro Valverde y Jon Izagirre que se estrellan contra una valla cuando apenas llevaba siete de los 3.540 que se recorrerán hasta llegar a París. Dos sueños incumplidos. A diferencia de White, Valverde e Izagirre comenzaron la etapa. Pero lo mismo da.
A Eusebio Unzue, de habitual comedido, le tienen que estar comiendo los demonios por dentro. Estaba blanco cuando se bajó del coche y se acercó a su corredor, al que atendían un par de espectadores que no sabían qué hacer con sus banderas. Siempre pasa algo en el Tour y esta vez le sucedió a Valverde, uno de los corredores más expertos del pelotón.
Fue en una curva en la que brillaban los charcos y las rayas blancas pintadas en el asfalto. Valverde las evitó, frenó y se le fue la rueda de delante en un extraño. Frenó otra vez y saco el pie del pedal, pero no fue suficiente. Se deslizó sobre el asfalto y chocó contra una valla en la que habían colocado una bandera holandesa y otra de Limburgo.
A primera vista dio la sensación de que golpeaba con fuerza con la rodilla contra los hierros. Y asi fue. Se rompió la rótula. También se vio desde ese momento que le costaría muchísimo levantarse. Sólo lo hizo para meterse en la ambulancia y retirarse del Tour. Una desgracia. La misma que cayó sobre Izagirre, en la misma curva apenas cinco minutos más tarde, sus heridas no son tan graves. Nadie había previsto colocar allí las colchonetas que protegían otros lugares peligrosos del recorrido, entre otras cosas, porque aquel paraje no parecía tan peligroso.
Llovia. El chubasquero es un elemento imprescindible en el verano ciclista. Siempre hay que llevar uno en el maletero o en el asiento de atrás del coche cuando uno sale de excursión para presenciar una etapa del Tour. No se puede fiar uno de la canícula, y menos cuando la carrera atraviesa las fronteras invisibles del hexágono francés. En casa es más fácil acertar. Frío y lluvia en la Bretaña, bienvenidos al norte; viento en el Mediodía, calor junto al Mediterráneo, sirimiri en París el último día. No son reglas fijas, y hay muchas excepciones, pero el esquema se repite bastante.
Sin embargo, acertar el tiempo fuera de Francia es más complicado, así que siempre hay que llevar el chubasquero preparado para cualquier contingencia. Eso, los bocadillos y la bolsa para guardar los regalos de la kilométrica caravana publicitaria.
Como el Tour comienza en Alemania y se desplaza a Bélgica, a las orillas del Rin y el Mosa , el chubasquero es imprescindible para quienes se pasan varias horas detrás de las vallas, jaleando ciclistas y admirando los nuevos maillots de los equipos, que utilizan el Tour como escaparate, lo mismo que hace la televisión francesa con su infografía y su rotulación, aunque en este estreno de la carrera le fallara el cronómetro en varias ocasiones.
Pero que el chubasquero sea la prenda más utilizada en el recorrido es sinónimo también de que llueve y el circuito se vuelve peligroso; que hay que extremar las precauciones y aún así, los ciclistas tienen que arriesgar. Valverde e Izagirre lo hicieron. Geraint Thomas también, aunque él se libró de la quema. Bastante dósis de bilis había tragado en el Giro cuando una moto se cruzó en su camino hacia el podio.
Así que Thomas arriesgó aunque él mismo no creyera que lo hizo. «Tuve la sensación de que podía ir más rápido», decía, y por eso ganó, y se dio ls satisfacción de subir al podio vestido de amarillo justo el día en el que Bernard Hinault ya no está porque se ha jubilado. Thomas corre para Froome, que después de verle las orejas al lobo tras el accidente de Valverde e Izagirre, levantó el pie –como el resto de favoritos–, y pensó que ya llegarán días mejores, que tal vez en breve salga el sol. Aún así está bien colocado, como el resto de su equipo, el mejor en la crono. Nadie pierde demasiado: ni Quintana ni Porte. Sólo Valverde e Izagirre que viajan ya para casa, maltrechos y enfadados con su suerte. El Tour es, como decía Forrest Gump de la vida, una caja de bombones. Nunca sabes cuál te va a tocar.