HISTORIAS ROJIBLANCAS
Un batacazo en Bulgaria
LOS CROMOS DEL ATHLETIC 1973/74
Los periódicos de mediados de los años setenta del siglo pasado eran, casi, el monopolio de la información. Autocensurados, claro, porque todavía vivia Franco, pero sin rival a la hora de contar las noticias. No existía internet, las cadenas de radio tenían que conectar obligatoriamente con Radio Nacional para ofrecer el parte, sólo el Telediario de TVE hacía sombra a sus noticias. Así que, por ejemplo, la primera página de La Gaceta del Norte, un periódico de Bilbao, ofrecía a sus lectores las crónicas de cuatro enviados especiales a diferentes acontecimientos. Jesús Delgado estaba en granada y Alberto Suárez Alba en Murcia. Ambos informaban al alimón de las catastróficas inundaciones en el sur de España.
En Tel Aviv, el periodista Fernando Múgica informaba a pie de calle de la Guerra de los Seis Días entre Israel y Egipto. «Nadie cree en la paz», se titulaba su crónica. Desde Zagreb, antes de desplazarse a la desconocida ciudad bulgara de Stara Zagora, José Mari Múgica apuntaba que la única duda de Pavic para la alineación del Athletic frente al Beroe era la de poner a Villar o a Igartua.
Un equipo desconocido de una ciudad al otro lado del telón de acero. Ese era el panorama que le esperaba al Athletic en los octavos de final de la Recopa, que el equipo bilbaino jugaba tras haberle ganado la Copa al Castellón. En dieciseisavos, el conjunto de Pavic había eliminado al Torpedo de Moscú tras empatar a cero en Moscú y vencer 2-0 en San Mamés. En aquel partido, además de inaugurarse la línea de envío de fotografías entre la agencia soviética Tass y la española Efe –un primer paso para el deshielo diplomático–, se produjo uno de los primeros éxodos masivos de la afición del Athletic. Más de mil seguidores rojiblancos viajaron a Moscú en una época donde los trámites burocráticos y los viajes eran mucho más pesados.
A Bulgaria no se desplazaron tantos. Mejor tal vez. En el Beroe no había ningún futbolista que sonara lo más mínimo, así que los bilbainos viajaban a territorio desconocido. No sabían lo que se iban a encontrar, pero nadie pensaba que se iba a producir el batacazo que sufrió el Athletic.
En principio, el equipo no estaba en su mejor momento físico, así que Milorad Pavic decidió plantear una táctica conservadora. Le salió mal. Sobre un terreno de juego irregular, con un balón que los delegados de la UEFA permitieron, al menos en la primera parte, más pesado de lo normal y además usado por lo que se ve, en varios partidos, todas las líneas naufragaron.
El balón lo consiguió cambiar el Athletic después de la protesta de su delegado, que alegó que no era reglamentario. El juego, sin embargo, no varió. El Athletic jugó muy mal. Dimitrov se convirtió en el director de orquesta del equipo búlgaro. Nadie le conocía hasta aquel día pero su nombre quedó grabado a fuego en los jugadores del equipo bilbaino. Marcó el 1-0 de cabeza a los 36 minutos después de un error de la defensa rojiblanca; asistió en el segundo a Jelev, que disparó de forma inocente desde fuera del área pero despistó a Iribar.
Por si las cosas no iban suficientemente mal, empezaron a ir peor cuando Félix Zubiaga, que había visto una tarjeta amarilla por una fuerte entrada, fue expulsado tres minuytos después del 2-0 por el riguroso áebitro griego de nombre Karsores, que según las crónicas, frió a faltas a los bilbaínos a los que incluso señaló dos sanciones técnicas por las protestas de los jugadores.
El desastre podía ser peor y lo fue. En el minuto 80, un mal despeje de Iribar acabó en los pies de Boltsei que marcó el tercero.
Para el Beroe fue una fiesta. Sus jugadores recibieron 600 levas de prima por ganar –110 euros, una fortuna en Bulgaria por entonces–, y para el Athletic un funeral. Recurrió el club bilbaino, sin éxito, la expulsión de Zubiaga. Pavic arengó: «¡San Mamés tendrá que rugir!», pero el rugido de la Catedral no fue suficiente. El Athletic sólo pudo ganar 1-0.