HISTORIAS ROJIBLANCAS
La final contra el Valladolid
AÑOS CINCUENTA
En la fotografía falta Gainza. Están los demás componentes de aquella delantera mágica que los niños nombraban de carrerilla: «Iriondovenanciozarrapanizoygainza». Era un 28 de mayo de 1950 con las fechas adelantadas porque casi todos ellos se iban poco después al Mundial de Brasil. Es una instantánea emblemática. Zarra parece un alumno atento a las explicaciones de Iraragorri, que con su perfil leonino suple la figura de Gainza; Venancio muestra su preocupación, pensando, quizá, en la agotadora prórroga jugada cuatro días antes en Mestalla. Iriondo es el más natural. Está como en un día de campo delante del mantel de cuadros, a punto de comerse una tortilla de patatas.
Panizo, ajeno a la charla del entrenador, piensa en sus cosas. Era una tarde de calor ardiente en Chamartín. Todavía sin verano, la canícula abrasaba la capital. Las gradas rebosaban de público.Casi todos de pie, aguantando cuatro horas largas de fútbol. Antes de que comenzara la final de Copa entre el «Atlético» de Bilbao y el Valladolid, se había jugado el primer acto de otra final, la del campeonato de España de Aficionados, entre el «Guecho» y el Cuatro Caminos. Acabó en empate y tuvo que jugarse otro partido al día siguiente. En aquel Getxo, vivero rojiblanco, jugaba José Luis Artetxe, que años después se convertiría en uno de los mejores jugadores en la historia del Athletic. Aquel día, al acabar su partido, se enteró de que su hermano había sufrido una lipotimia por culpa del calor, mientras él jugaba.
Los seguidores del Athletic habían acudido en masa a Madrid. Eran tiempos de vender el colchón para financiarse el desplazamiento, de viajar en burro, del famoso Rompecascos aprovechando las escalas para impresionar a los lugareños con su proverbial capacidad para romperse botellas en el cráneo. Volvía la ilusión después de una Liga mediocre, tras una batalla agotadora en la semifinal con el Valencia. El Athletic creía tenerlo todo hecho con el 5-1 de San Mamés, pero en Mestalla les arrolló Puchades, con tres goles en la primera media hora y el natural desconcierto rojiblanco. Después Zarra, ¿quién si no?, puso orden con dos tantos de su cosecha. Pero el Valencia era mucho Valencia. Otra vez Puchades y en poco tiempo 4-2, y poco después 5-2, y cuando ya el árbitro descontaba minutos, el 6-2 y la eliminatoria igualada. Ese Valencia le quitó el año anterior el título de Copa al Athletic y pretendía hacer lo mismo. En Bilbao, los oyentes de la radio no entendían nada. Se jugó una prórroga. Nadie marcó; después otra.
Lo mismo, con los futbolistas agotados por el esfuerzo. Llegó la tercera prórroga. En el primer minuto, Arrieta cede a Zarra, que le mete el balón a Gainza. El extremo de Basauri chuta y marca. Pega un salto de alegría y se pierde por el túnel de vestuarios. Era el más listo de todos. Los demás jugadores le miraban desconcertados, extrañados. Entonces el árbitro señaló el final. Se había pactado que ganaba el primero que marcase. Gol de Oro se llama ahora. Sólo Gainza lo sabía. Cuando los demás jugadores del Athletic entraron en el vestuario, Gainza, con su mirada socarrona, ya se estaba duchando. Otra vez a la final. Contra el Valladolid, el rival del jueves en cuartos de final. Había sido un año sólo regular en lo deportivo, pero quedaba una oportunidad. Aquella temporada 49/50, sin embargo, marcó muchos hitos en la historia del club. Se amplió San Mamés, las oficinas pasaron de Hurtado de Amézaga a Bertendona; el equipo hizo su primer viaje en avión -de Aviaco- a Málaga (Nando, con un miedo insuperable viajó en tren).
Las finanzas iban bien. Las cuentas se llevaban con eficacia. El club tuvo un superávit de seis millones de pesetas de las de entonces y el gasto en jugadores y técnicos sólo era de dos millones. Además pasaron por San Mamés grandes equipos. La selección de México perdió 6-3, pero el Newells Old Boys dio una lección (0-3) y el San Lorenzo de Almagro maravilló por su fútbol. «Todos juegan como Panizo», se comentó entonces de los Labruna, Lostau y compañía. Desde entonces, a Panizo, al que creían demasiado frío, se le vio de otra forma. Y después de todo, allí están todos en la fotografía. Todos menos Gainza, esperando la prórroga frente al Valladolid, un rival siempre duro de pelar, tal vez por exceso de confianza. Marcó Zarra primero y empató Coque a pocos minutos del final, con un disparo lejano que sorprendió a Lezama. Esperan los minutos decisivos, enfundados en sus camisetas de áspera franela, de manga larga pese al calor. No había entonces variedad en las equipaciones. Tal vez sean, incluso, las mismas camisetas de Valencia, lavadas a toda prisa, secadas al sol en cualquier tendedero de hotel. Sólo desde dos años antes iban numeradas. Nada de tejidos para absorber el calor, nada de marcas comerciales ni de intercambios con el contrario. Un par de juegos de equipajes para todo el año y mucho zurcido de medias. Se levantaron los cuatro de la tertulia en el césped y con Gainza, que no está en la foto, acabaron con el suspense. Tres goles de Zarra en la prórroga. 4-1 y el Athletic rey de copas.