HISTORIAS ROJIBLANCAS
El último de la gran delantera
AÑOS CINCUENTA
Rafa Iriondo es uno de los grandes mitos del Athletic. Como futbolista rojiblanco jugó 326 partidos, marcó 117 goles y ganó una Liga y cuatro Copas. Iriondo fue, además, uno de los supervivientes del bombardeo de Gernika por la aviación alemana en 1937. Tenía una habilidad innata para jugar al fútbol, que sólo había practicado de chaval con sus amigos y en la escuela. Cuando ingresó en el Athletic, mientras cumplía el servicio militar en el cuartel de Garellano, sólo había jugado un partido oficial en su vida, el último que disputó el Gernika, el equipo de su pueblo, antes de que comenzara la Guerra Civil.
San Mamés no le olvida. Jugó aquel partido en Gernika, después fue testigo del bombardeo de la Villa Foral, y tuvo que hacer la guerra, en el frente de Teruel. «Hasta en los malos momentos había un tiempo para el fútbol». Siguió jugando, entre trincheras, con el sonido de fondo de los obuses.
Luego, cuando estalló la paz impuesta por los vencedores, regresó a casa. Tenía que hacer el servicio militar y le destinaron primero al cuartel de Garellano. El Athletic recomponía piezas, buscaba buenos jugadores debajo de las piedras y Rafa se presentó en San Mamés, en una de esas tardes de rebaje, vestido de caqui. Les preguntaron, a él y a su amigo, si habían jugado a fútbol. «Yo sí», dijo. Un partido con el Gernika. Suficiente. Pero primero tuvo que viajar a África, su destino militar y jugó algunos partidos con el Atlético Tetuán. El Athletic no le olvidaba y le enviaba 150 pesetas al mes.
Volvió a Bilbao y en septiembre de 1940 nacía un nuevo Athletic, que todavía se llamaba así, porque las autoridades franquistas no habían reparado aún en que podían limar más la moral de los vencidos cambiándole el nombre al equipo; obligándole a ese Atlético que pesó como una losa hasta los años setenta del Siglo XX. Iriondo debutó en Mestalla un 29 de septiembre. También lo hacía aquel día quien sería su gran amigo Telmo Zarra, que marcó dos goles antes de la media hora, pero como no hay peor astilla que la de la misma madera, dos vizcaínos empataron para el Valencia.
Primero marcó Edmundo Suárez de Trabanco, ‘Mundo’, nacido en Barakaldo y perteneciente a una generación perdida que se dispersó con la guerra. Mundo jugaba en la Deportiva de Lejona y fichó por el Athletic, pero no llegó a debutar porque estalló la contienda.
El empate a dos lo marcó Guillermo Gorostiza, Bala Roja, otro ex rojiblanco; el mejor jugador del mundo en su época, según Pentland. «¿Cómo le voy a decir que es lo que tiene que hacer, si él mismo no sabe lo que va a hacer?»
Iriondo jugó de extremo, como Gorostiza, pero por la derecha. Le gustaba el puesto de delantero centro pero ahí estaba Zarra, su gran amigo. «Estábamos siempre juntos. Íbamos al campo juntos y cuando acababa el partido seguíamos juntos. Había mucha unión y hacías vida con tus compañeros fuera del fútbol. Íbamos al cine o de comida». Y con ellos Venancio, Panizo y Gainza, la delantera más famosa del Athletic. Entre los cinco marcaron 550 goles para el Athletic. De ellos, Rafa Iriondo marcó 115.
Jugó 13 temporadas en el Athletic y ganó cuatro copas y una Liga, además de un trofeo Eva Duarte, un título oficial equivalente a la Supercopa. Cuando en el Athletic le dijeron que se tenía que marchar prefirió seguir jugando al fútbol, así que se marchó al Barakaldo, pero esa misma temporada le vino a buscar la Real Sociedad, donde jugó sus dos últimos años.
Luego se hizo entrenador. Ganó la Copa con el Athletic, pero en la grada ya estaba Ronnie Allen para hacerse con el equipo. De nuevo salía de Bilbao y otra vez recalaba en Atocha. Dos años dirigió a la real antes de regresar a San Mamés, y luego al Betis, donde se convirtió en un ídolo, con el título de Copa que le ganó al Athletic a penalties. «Nos van a ganar», dijo el entrenador rojiblanco Koldo Agirre. «Rafa tiene una flor en el trasero».
Tuvo que ser muy bueno Rafa Iriondo. Quienes le vieron jugar, que ya no quedan demasiados, lo ratifican. El 24 de febrero de 2016, a los 97 años, falleció en su domicilio de Bilbao. Posiblemente había olvidado algunas cosas de las que vivió en su carrera como futbolista del gran Athletic de la posguerra. Pero San Mamés no le olvida.