HISTORIAS DEL TOUR
El rey de Luz Ardiden
MIS ETAPAS FAVORITAS. 2001, 14ª etapa 10 de julio TARBES/LUZ ARDIDEN. Ganador: Roberto Laiseka
En la cima que honraron Perico Delgado, Lale Cubino y Miguel Indurain, rodeado de miles de aficionados que se dejaban la garganta con sus gritos de ánimo, un ciclista de Algorta se convirtió en el nuevo rey de Luz Ardiden. Roberto Laiseka, 32 años, un veterano del pelotón, engrandeció en 10 kilómetros de subida la historia de su equipo, el Euskaltel.
El único superviviente de la aventura vasca de 1994 hizo realidad un sueño que empezó a alimentar hace más de una década, cuando en la curva del último kilómetro, rodeado de sus amigos, vio pasar a Miguel Indurain camino de la cima con Greg Lemond a su rueda.
El Tour es una pasión. Lo pueden corroborar las más de 100.000 personas que atravesaron la frontera para inundar el Aspin, el Tourmalet y la estación invernal de Luz Ardiden, los mismos que el sábado invadieron Pla d’Adet, Portillon, Peyresourde o Val Louron. Lo puede confirmar también Roberto Laiseka, que cuando era todavía un aspirante a ciclista soñó con levantar los brazos en la línea de llegada.
El vasco, que había rozado el triunfo dos días atrás y fue cuarto en la contrarreloj de Chamrousse, tuvo el sábado un día malo: «Llegué gracias al aliento de los aficionados». Como los ciclistas están hechos de una pasta especial, ayer otra vez estaba fresco como una rosa, pese a la paliza de dos semanas de carrera, pese a cabalgar durante cinco días por los gigantes alpinos y pirenaicos.
Soportar las pruebas a las que somete el Tour no es cuestión baladí, y Roberto, el novato, supo cómo hacerlo. Y tiene premio. Aprovechó para ello varias circunstancias. A saber: Lance Armstrong se ha empachado ya de victorias. Ayer el Euskaltel colaboró durante muchos kilómetros con el US Postal para mantener el control en la carrera, y The Boss sabe agradecer esos gestos.
Además, Jan Ullrich empieza a estar un poco cansado de pelear en vano. Como siempre, su equipo puso un ritmo exigente, pero Armstrong respondió con holgura a las demandas. En la llegada se observó el gesto más significativo del Tour. Ullrich entró tercero, con el tejano a su rueda. Al atravesar la meta alargó su mano derecha para saludar al rey. Lance se la estrechó. El alemán da por hecho que el Tour sólo tiene un dueño y ayer le rindió pleitesía.
A favor de Laiseka también jugó Beloki. El corredor del ONCE Eroski tenía una misión en la etapa de ayer: distanciar a Andrei Kivilev, el único obstáculo camino del podio. Pero el vitoriano tuvo una mala tarde. Se pasó muchos kilómetros vomitando y al llegar al pie de Luz Ardiden no tuvo fuerzas para intentar ningún ataque. Al menos aguantó, y distanció al kazajo en unos segundos. Ahora se lo tendrá que jugar todo en la contrarreloj.
Con todas estas cosas a su favor, Roberto Laiseka se la jugó. A falta de 10 kilómetros demarró por la derecha, cuando Ullrich y sus hombres controlaban la cabeza. Tenía muchas cosas a favor, pero todo dependía de sus piernas, de ese desarrollo que le permitiera primero distanciar al grupo de los principales, que viajaba cómodo con Ullrich y Armstrong a la cabeza, y después alcanzar a los ciclistas que le precedían. Salvo Wladimir Belli, un corredor experimentado y correoso, todos los demás parecían frutas maduras a punto de caer del árbol. Así fue. Todos cayeron. Quedaba Belli. Laiseka se lanzó a por él.
A siete kilómetros de la llegada alcanzó al italiano. Respiró un momento para descansar del esfuerzo. Apenas un instante. Luego se abrió a la derecha y se marchó hacia la cima. Belli hizo un amago de seguirle pero se derrumbó impotente en el sillín de su bicicleta. De repente, la locura. Un corredor del Euskaltel iba en cabeza y miles de aficionados vestidos con camisetas naranjas comenzaron a empujarle con sus ánimos hacia la meta. «Parecen holandeses», comentó un periodista. «Son los holandeses los que parecen vascos», le replicaron. El estadio más grande del mundo, Samaranch dixit, se volcó con Laiseka.
En volandas hacia la meta, el vasco pedaleó con fuerza los últimos kilómetros. Atrás, los importantes de la carrera no tenían el día para alegrías. Apenas le restaron unos segundos. Ullrich y Armstrong entraron de la mano un minuto después de que lo hiciera Laiseka, hablando para sí mismo, santigüándose y lanzando besos. Si Alpe d’Huez, dicen, es la montaña de los holandeses, Luz Ardiden -cuatro victorias de seis-, es la de los españoles.