ATHLETIC
Los japoneses

JON RIVAS
Cuando apenas quedaba media hora para el comienzo del partido del sábado en San Mamés, algo menos de un centenar de adolescentes japoneses invadió la grada que queda justo delante de la tribuna de prensa del campo. Es un lugar peculiar por donde se ve pasar a gente de distinto pelaje. Hasta, en una ocasión, se ubicaron allí los ultras del Partizan de Belgrado, unos angelitos.
Como es un espacio que, en caso de necesidad, serviría para ampliar los pupitres de trabajo, allí no hay asientos de socios. Generalmente acuden quienes reciben invitaciones del equipo visitante. Los japoneses iban adecuadamente uniformados con chandal, y debajo del mismo escondían, más o menos a partes iguales, camisetas del Athletic y del Atlético de Madrid. Supongo que no quisieron importunar a nadie. Estuvieron jaraneros desde el principio, hicieron miles de fotografías, ninguno de ellos dejó de grabar la salida al campo de los equipos, y presenciaron un interesante partido de fútbol que acabó, con la gratificante victoria del Athletic.
Supongo que para un japonés, aunque pertenezca a una escuela de fútbol en su país y sepa de qué va el juego, no deja de ser algo emocionante visitar un campo casi lleno en una de las mejores ligas del mundo, y presenciar un espectáculo que para quienes acudimos cada dos semanas a San Mamés, es una rutina gozosa –también a veces dolorosa–, pero a la que estamos tan acostumbrados que no valoramos en su justa medida.
Pero de un tiempo a esta parte, los seguidores del Athletic también son un poco japoneses fuera de su modus vivendi habitual, porque estamos viendo en esta fase de la temporada, cosas que nos maravillan, que nos sorprenden, que no creíamos, después de la deriva que había tomado el equipo, que podríamos llegar a ver.
Aunque con sordina, todos estábamos bastante preocupados hace tres meses, cuando Gaizka Garitano se hizo cargo del equipo, y nos anunció, como Winston Churchill en su más célebre discurso durante la II Guerra Mundial: «I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat», más o menos que no podía más que ofrecer «sangre, sudor y lágrimas». Es cierto que Garitano fue más suave, y sólo dijo que tendríamos que sufrir. Lo hicieron ellos –jugadores y técnicos–, en el campo de entrenamiento y en el terreno de juego, y los incondicionales rojiblancos, desde la grada o a través del televisor. Pero la sangre, el sudor y las lágrimas se han ido convirtiendo poco a poco, como el esfuerzo aliado en la Guerra, y salvando las distancias, claro está, en una batalla que el Athletic está ganando poco a poco, con algunos contratiempos, no demasiados, y partido a partido, hasta la última victoria del sábado frente al Atlético de Madrid.
Y por eso repito que, como los japoneses que acudieron al partido, los demás también nos sentimos emocionados, incluso excitados, ante el cambio radical del Athletic, que se ha producido partido a partido, pero también con fulgurante rapidez desde que Garitano tomó las riendas. Unos cuantos partidos después, los suficientes ya para calcular las tendencias, se puede hablar de un equipo sólido y de una plantilla implicada, que ha demostrado su solidez y su implicación en partidos como el del sábado, o en el empate frente a un Barcelona que apenas inquietó, como está haciendo después, hasta el punto de tener ya sentenciada la Liga, a los demás equipos con los que se ha enfrentado.
Y no es malo que nos sintamos como japoneses en San Mamés, para que valoremos más lo que ha pasado, y lo que puede estar por pasar. Es mejor sentirse emocionado en cada partido, que caer en la rutina de acudir a la Catedral como quien baja a la mina. Disfrutemos del buen momento del Athletic como los visitantes exóticos que acudieron al campo. Exijamos, eso sí, sangre, sudor y lágrimas, al menos metafóricamente, a los futbolistas que visten de rojiblanco, a los que la calidad se les supone. Saquemos conclusiones positivas de una temporada que comenzó a enfilarse de forma negativa desde el inicio.
