FÚTBOL
Deslealtad

JON RIVAS
Para los que no lo sabíamos, Luis Enrique Martínez nos lo ha aclarado. Para ser su amigo exige lealtad inquebrantable, prietas las filas; para formar parte de su equipo, en todos los sentidos, no hay que separarse ni un milímetro de sus postulados. ¿No lo sabíamos, o sí?, porque cuando dejó fuera de sus primeras convocatorias con la selección española a Jordi Alba, algo de eso estaba ya en el ambiente, aunque no lo percibiéramos del todo. Sus explicaciones al volver a hacerse cargo de la selección española han sido clarificadoras.
Empecemos por aclarar posturas. No es que yo fuera muy fan de Robert Moreno, el hombre que clasificó a España para la Eurocopa, no lo olvidemos. Sólo ver al propio que sentaba a su lado en el banquillo, mirando la pantalla de un ordenador, me echaba para atrás. ¿Qué puede decir un ordenador que no se pueda ver allí, a unos metros de distancia?, ¿qué puede solucionar? Creo que Moreno no tenía la experiencia ni los méritos suficientes como para ser el seleccionador de un equipo que ha ganado un Mundial y dos Eurocopas en los últimos 12 años. En este aspecto, Luis Enrique Martínez le da mil vueltas, y posiblemente, en otros muchos más, aunque tal vez no en la elección de las palabras con las que ha acusado a quien fuera su segundo en la selección, su sustituto en el cargo y también su predecesor. El puede tener una ambición desmedida, los demás no.
Luis Enrique Martínez ha acusado de «desleal» a Moreno. Dice que se reunió con él en septiembre y que «percibió», que quería hacer la Eurocopa y luego volver a ser su segundo. No se lo confesó; lo percibió. Habla de ambición desmedida, curiosa actitud la de querer terminar un trabajo y luego volver al segundo plano. Supongo que cuando Luis Enrique Martínez era futbolista, no tenía una ambición desmedida, y que cuando dejó el Sporting para fichar por el Real Madrid no lo consideró una deslealtad a los seguidores gijoneses, ni cuando dejó el Real Madrid para irse a su eterno rival, no le pareció una deslealtad hacerlo. La ley del embudo. Y por no hablar de la deslealtad que cometió, flagrante, cuando se reunió con el FC Barcelona, a escondidas en su casa de Gavá, cuando entrenaba al Celta y tenía contrato en vigor.
Además, Luis Enrique Martínez cayó en varias contradicciones, ya que, según dice, en la reunión con Moreno en su casa, no le dijo siquiera que quería volver a ser seleccionador, sino que quería, «volver a trabajar. Que no sé si tendré ofertas. Que lo tengo claro. Que voy a volver al fútbol». Por lo visto, consideraba que el puesto de seleccionador, al que había renunciado por circunstancias trágicas, era de su propiedad, y de repente aparecía alguien que ni siquiera quería arrebatárselo, sino disfrutarlo unos meses más para después dar un paso al lado docilmente.
Porque la lealtad es una carretera de doble dirección. Acusa de desleal a Moreno por querer estar en la Eurocopa –siendo como era el seleccionador, y no provisional como dicen algunos, sino definitivo después de la renuncia de Luis Enrique Martínez en julio–, pero él no cree ser desleal al reunirse con Rubiales y Molina en octubre, cuando todavía estaban en juego las eliminatorias de la Eurocopa. Eso sí que es deslealtad elevada al cubo. No renunció a hablar con la Federación diciéndoles: «Oigan, que hay un seleccionador con contrato en vigor y yo, éticamente, no puedo aspirar al puesto», sino que se dejó querer. «Ellos me mostraron su interés de que pueda volver y yo les expuse mi punto de vista».
La postura leal hubiera sido esperar a que Rubiales, que está dando claras muestras de que se dedica a pisar todos los charcos que se encuentra a su paso, despidiera a Robert Moreno, lo explicara a todo el mundo–si es que podía hacerlo al menos con uno cuantos argumentos más que lo de la Supercopa y la liberación de la mujer en Arabia Saudita–, y después aceptar una charla con el presidente de la Federación. ¿Y qué quieren que les diga? Lo más leal hubiera sido no aceptar sustituir a alguien que fue su segundo y al que la Federación Española despidió con cajas destempladas.
Pero Luis Enrique Martínez, subido al andamio, y por lo que se ve, sólo admite una lealtad unívoca, hacia él, desde una situación de poder. Como los reyes absolutistas a sus súbditos. Lo dejó claro en una frase en la que laminó a quien quiera trabajar a su lado, ahora o en el futuro. No es que no admita disidencias, es que no admite ambiciones ajenas: «La ambición desmedida no es buena en mi staff». Aviso a navegantes, prietas las filas.
Por cierto: hablando de personas desleales. Luis Enrique Martínez confesó que cuando Moreno se marchó de su casa, llamó uno por uno a los restantes miembros de su staff, y aquí habría que hacer una mención al lenguaje subliminal del seleccionador, porque esas personas no eran «su staff», sino el staff de Robert Moreno, individuos a sueldo de la Real Federación Española de Fútbol, antiguos empleados, digámoslo así, de Luis Enrique Martínez (ahora vuelven a serlo), pero entonces, personas de confianza de Moreno. ¿No se les cae la cara de vergüenza al pensar en la deslealtad que han cometido?, ¿en la traición para arrimarse al sol que más calienta? Me imagino cómo fueron aquellas conversaciones, porque todos siguen, sin ambición desmedida alguna, en el staff de Luis Enrique Martínez. Como los pretorianos que cuando moría un César, aclamaban a su sucesor para seguir comiendo caliente.

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