TOUR 2020
¡Hola!, ¿hay alguien ahí?
NIZA MOYEN PAYS/NIZA (156 Kms.)
GANADOR: ALEXANDER KRISTOFF
LÍDER: ALEXANDER KRISTOFF
¿Hay alguien ahí? Empieza el Tour y es como que no empieza. Todo el año con la ansiedad de saber si se disputará la mejor carrera del mundo, y cuando llega, resulta que no es la mejor carrera sino la cabalgata de Reyes, o una procesión de Semana Santa, no como las de Málaga, porque en el pelotón no parece haber nadie que diga que es el novio de la muerte, sino más bien como en Murcia, por ejemplo, en la que regalan caramelos. En el Tour no se reparten, porque no se puede, aunque a veces los ciclistas parecen cofrades murcianos con la bolsa llena, pero suelen ser bidones con bebida y no dulces. Tampoco pueden, por imperativo legal, firmar autógrafos, ni hacerse selfies, así que están pero no están, y encima le organizan un boicot al recorrido, sin preaviso de huelga ni nada, así, por las bravas, porque Roglic, que todavía está dolorido de la caída en el Dauphiné, decide, después de dos o tres trompazos en el pelotón, que ya no se corre más, que la carrera se acaba en el kilómetro 80, y que a partir de ese momento hay que poner los ruedines para no caerse, como si los profesionales del ciclismo estuvieran aprendiendo a montar en bicicleta.
Y entonces resulta que el jefe del Jumbo, que de tanto leer en la prensa que es uno de los candidatos a ganar el Tour, y que su equipo es el mejor organizado de la carrera, se lo cree a pies juntillas, y se le sube el pavo, como a un adolescente sin límites, y decide que no sólo es el capo de su equipo, sino de todo el pelotón; que es el amo del Tour, manda a Toni Martin, que se coloca en cabeza, abre los brazos como si hubiera ganado la etapa y manda parar a todo el mundo, porque Bennet se ha caído dos veces y se ha hecho daño. Y luego Roglic actúa ya no como capo, sino como si fuera el Padrino, y cuando el Astana dice que no traga, que ellos no quieren plegarse, y a Miguel Ángel López se le va la rueda trasera y estrella el careto contra una señal de tráfico, que ya es puntería, se acerca a Omar Fraile, como en los mejores tiempos de Armstrong, para decirle que así no, que eso no se hace. Intimidando a los rivales, y eso que todavía no ha ganado ningún Tour, aunque, pensándolo bien, Armstrong tampoco ganó ningún Tour, que en los libros de historia no aparece en el palmarés, e intimidaba que daba gusto.
Y tal como está la cosa, da grima ver a los corredores del pelotón dar las curvas de los descensos con mucho menos arrojo que cualquier niño de dos años con una moto de Moltó, como si el Tour no hubiera empezado. De hecho, como si todos los corredores del pelotón tuvieran entre ceja y ceja ganar el Tour y no quisieran perder las opciones el primer día. Así que ese comentario de los ciclistas en las primeras etapas de la carrera francesa, cuando aseguran que acaban con los músculos del cuello hechos polvo por la tensión, por la velocidad a la que se circula, no se escuchaba al acabar la jornada, y suerte tienen los corredores de utilizar los frenos que se utilizan en los tiempos modernos, porque si no tendrían tendinitis en los dedos de tanto frenar.
Entre los trompazos y la huelga que organizó Roglic, les amargaron el día a los organizadores, que seguro que no lamentan haber jubilado ya a Bernard Hinault, que cuando corría en La Vie Claire, se bajó de la bicicleta y se lio a mamporros con 300 trabajadores de un astillero naval de La Ciotat que, como protesta, habían cortado la carretera para bloquear el paso del Tour. Pues bueno era el Tejón, al que los manifestantes le fastidiaron la escapada. Pero ni la huelga impidió que las caídas que se prodigan desde siempre en la primera etapa del Tour, volvieran en los kilómetros finales, como invocadas por los hados malignos del ciclismo, que sigue siendo un deporte de riesgo, y como si de una maldición se tratase, pocos minutos después de que los organizadores, tal vez intimidados por la personalidad de Roglic, anunciaran que los tiempos se tomarían desde tres kilómetros antes de la meta, bajo la pancarta de esos tres kilómetros finales se organizó la tremolina, en la que Thibaut Pinot fue uno de los afectados. La cara de malas pulgas que le quedó era para verla.