Conecte con nosotros

TOUR 2020

Subidos al autobús

Jesús Herrada, agotado, después de llegar segundo a la meta de Mont Aigoual. © PAULINE BALLET / ASO

LE TEIL / MONT AIGOUAL (191 Kms.)
GANADOR: ALEXEY LUTSENKO
LÍDER: ADAM YATES


Subidos al autobús que conduce Jonathan Castroviejo, con la prudencia de un chofer de esos autocares amarillos de transporte escolar que pululan por las carreteras estadounidenses, circulan alegres los muchachos que aspiran a la túnica sagrada del Tour. Esos muchachos y otros, a los que la madre naturaleza no ha dotado de los genes necesarios como para aspirar a vencer en una maratón de tres semanas, pero que a la vista de que el ritmo al que se mueve la carrera no va a batir récords, ni destrozar pulsómetros, no tienen ninguna dificultad en subirse al vehículo dirigido por el ciclista vasco y llegar en comandita alegre a la meta. A este paso, con la ausencia notable de público a causa de la pandemia, y sin el temor a ser pisados por los aficionados, los próximos que se subirán al autobús de Castroviejo serán los caracoles que disfrutan del frescor de las campas de las montañas. Esperen a una etapa en la que caigan unas gotas de lluvia y verán a miles de gasterópodos siguiendo el rastro del pelotón.

Posiblemente no podrán aguantar un acelerón brutal como el de Julian Alaphilippe en los últimos metros, que parecía más provocado por un apretón súbito que requería del acceso inmediato a uno de los retretes portátiles que siempre se encuentra uno en una llegada del Tour, que el intento de dar espectáculo. Tan pasmados se quedaron los demás ciclistas que subían montados cómodamente en sus asientos del autobús, viendo el paisaje por la ventanilla, que ni siquiera intentaron neutralizar la enajenación mental transitoria del corredor francés, que recortó la friolera de un segundo en relación a quienes le preceden en la clasificación.

Hasta antes de la pandemia, los ciclistas con menos posibles, los culogordos del sprint, los domésticos que trabajan en el primer tramo de la carrera, o aquellos ciclistas que no tenían el día y se despertaban con los biorritmos bajo cero, se acoplaban al grupo de los desheredados para no tener que montarse en la voiuture balai, que es como llaman en Francia al coche escoba. Los más veteranos del asunto marcaban un ritmo cómodo e iban echando cuentas por los puertos de montaña para llegar a tiempo a la meta y no tener problemas con el fuera de control. A ese grupo siempre se le llamó el autobús, pero mira por dónde, en el Tour que nos ocupa, los corredores, que van por delante de los aficionados en cuanto a ingenio, han inventado el autobús de cabeza. El ritmo cómodo, el cálculo para llegar a tiempo a la meta ya no se gestiona en la cola de la carrera, sino en la cabeza, y todos tragan, hasta Alaphilippe, al que le dio el apretón en los últimos metros.

Ahora, lo que falta es una excusa creíble. Como algunos artistas conceptuales que tardan más en buscarle un nombre a su obra que en llevarla a cabo, los ciclistas deberán explicar a qué se debe esa inacción latente en el grupo de los favoritos, y eso cuesta, sobre todo cuando no parece haber un motivo aparente. Hasta hace cuatro días, era el ritmo frenético  que ponía el Ineos el que disuadía a los locos que intentaban una aventura por su cuenta.

Como una máquina de triturar carne, el equipo de Egan Bernal, o el de Thomas, o el de Froome, aplastaba cualquier intento de rebelión. Conseguir una velocidad mayor que la del equipo de cabeza era una entelequia, pero no es el caso. Basta recordar que durante los once kilómetros de ascensión a La Lusette, o después los últimos a Mont Aigoual, se produjeron unas cuantas averías, y a ninguno de los afectados le costó demasiado volver a subirse al autobús. Así que no se sabe cuál puede ser el motivo. El día que un favorito diga: «Mira, yo estoy mal, y veo que el resto esta igual que yo», habrá que descorchar una botella de champán y darle las gracias por su sinceridad. Si es que esa es la razón, claro, porque ya, cuando se va a cumplir la primera semana de carrera, empieza a difuminarse la frontera entre las excusas más recurrentes del repertorio ciclista. A la pregunta: ¿Por qué no atacan?, la respuesta pasa, sin solución de continuidad, del «todavía queda mucho Tour», al «las fuerzas están muy justas». Todavía estamos en la primera razón, pero el paso a la segunda se suele producir casi sin enterarnos.

En fin. Al menos disfrutó Alexei Lutsenko de su día de gloria. Él y los que hicieron que los primeros kilómetros se corrieran a un ritmo un poco más vivo, se merecen un homenaje.

Continue leyendo
Pinche para comentar

Deja tu respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *