GIRO 2022
Van del Poel, del amarillo al rosa
Vence en la primera etapa, con final en un repecho, en la que Pello Bilbao acaba tercero

JON RIVAS
Inmensos campos de color amarillo, los de la soja todavía en flor, a las orillas del Danubio, que no baja azul como en el vals de Johan Strauss, An der schönen blauen Donau, el bello Danubio azul es el título original. Anda algo turbio, pero bello, sí, dividiendo Budapest en Buda y Pest, las dos orillas de la ciudad, y bordeando Visegrád, envolviendo la ciudad en sus meandros. Suena a anuncio publicitario, ¿a que sí?, y lo es, como cualquier salida de una gran vuelta desde fuera de su país originario. Al Giro le gustan los retos geográficos, y no es pequeño el que diseñaron para la edición en curso. Pregúntenles a los auxiliares que después de la tercera etapa, tendrán que recorrer los 1.675 kilómetros que hay entre Balatonfured, final de la jornada del domingo, y Siracusa, en la isla de Sicilia, porque en Ávola, allí al lado, es donde comienza la cuarta etapa dos días más tarde.
Tendrán que atravesar parte de Hungría, Eslovenia de esquina a esquina y toda la bota italiana hasta llegar a la puntera, para después atravesar el estrecho de Messina en los barcos que parten cada rato. Deberán estar a tiempo para atender a los ciclistas, que llegan en avión, sólo faltaba, pero decenas de vehículos no tienen otra que hacer el camino por carretera, que no es corto, y lo digo por experiencia, que en el Giro del 95, que ganó Rominger, tuve que viajar en coche desde Madrid, y por unos asuntos personales que no vienen al caso, mis planes iniciales de embarcar en un ferry desde Génova se frustraron porque tuve que hacer una gestión en el consulado de España en Nápoles –no me daba tiempo a hacerlo en Roma–, así que me metí entre pecho y espalda una kilometrada similar a la de los auxiliares de los equipos. Y sí, ya sé que en el mapa parece escasa la distancia entre Nápoles y el estrecho, pero prueben, y verán que no es así.
Pero mientras, hasta que llegue ese día de traslado, la carrera cumple su función publicitaria en Hungría, y el primer día, que suele ser importante, sirvió para que Mathieu Van del Poel consiguiera en un par de años lo que su abuelo, el renombrado Raymond Poulidor, no consiguió nunca, es decir, pasar del amarillo al rosa; de conseguir vestirse de líder en el Tour a hacerse con la primera maglia de líder en el Giro, que no conservará eternamente, posiblemente ni un día, pero que sirve para restañar el prestigio de la familia, aunque en realidad, tampoco sea eso estrictamente cierto, porque Poulidor nunca consideró vestirse de rosa y jamás corrió el Giro.
Fue una etapa comercial y tal vez algo propagandística, para reivindicar una carrera sólo apta para escaladores, y qué mejor que diseñar un final en alto, aunque no fuera demasiado exigente, para proclamar desde el primer día qué es lo que se puede esperar. Claro que las fuerzas todavía están intactas, la fortaleza de Visegrád no es el Blockhaus, y los aspirantes al efímero rosa de la primera jornada no son los que se la jugarán más adelante. Fue un aperitivo para mayor gloria de la saga ciclista Van der Poel-Poulidor, pero poco más, aunque haya que mirar de reojo las prestaciones de Pello Bilbao, siempre activo en el Giro, y que supo acabar tercero. Veremos.
