TOUR 2022
En otro planeta
TOUR DE FRANCIA / SÉPTIMA ETAPA

TOMBLAINE / LA SUPER PLANCHE DES BELLES FILLES (176,5 KMS.)
GANADOR: TADEJ POGACAR LIDER: TADEJ POGACAR
Parece que para hacer como que sabes de algo, hay que utilizar una jerga específica; lenguaje para los muy cafeteros, que también es jerga de viejunos como un servidor, porque los jóvenes no recuerdan el anuncio publicitario de Saimaza, una marca de café, que lo anunciaba “para los muy cafeteros”. Ni se pueden reír con uno de los chistes de la película Aterriza como puedas, cuando una de las pasajeras, al ver que su marido repite café, piensa en voz alta: “Qué raro, en casa nunca toma una segunda taza”. La gracia consiste en que esa misma actriz protagonizaba, en Estados Unidos, un anunció comercial de otra marca de café, que no era Saimaza, en la que decía la misma frase de la película, que en España se adaptó para una marca de cafeteras. Como yo soy de esa época, el chiste me hace gracia.
En fin. Hay jerga futbolística para hacer como que controlas mucho, que en los últimos años se concreta en frases como bloque alto, bloque medio o bloque bajo, por ejemplo; hay jerga en el transporte de viajeros, como en el Metro de Bilbao, en el que al billete, que se nota tanto que es un billete, se le llama título de transporte –aunque en la misma máquina, al cambiar de idioma, en ingles se le dice ticket y en euskera txartela–. Y, por supuesto, hay jerga ciclista. Ahora, cualquier entendido, y no me refiero a los profesionales de la bicicleta que, por supuesto, tienen su forma de hablar, a un grupito le llama grupeta, a una caída masiva, montonera, y a un trozo de carretera sin asfaltar por el que pasa una carrera, le denomina sterrato, cuando se nota que es tierra de toda la vida. O barro, si ha llovido mucho.
Es normal que en Italia le llamen sterrato, sólo faltaría, pero qué necesidad hay de hacerlo aquí, cuando tierra es mucho más corto y el lenguaje es economía. Pero sterrato suena a ser muy entendido. O pazguato, quién sabe.
Así que utilizaré tierra para referirme a esos últimos metros de la Super Planche des Belles Filles, que ya sin el super era ya exigente, pero con él lo es más, y a ese tramo descarnado de tierra en el que Tadej Pogacar volvió a exhibirse, aunque lo haga sin ánimo de exhibirse, y demostró que está un punto, o más, por encima del resto de los competidores del Tour; que no se arredra, que siempre tiene una marcha más, porque cuando Vingegaard, otro coloso, se puso de pie sobre la tierra descarnada y lanzó un ataque fulminante al líder para ganarle la etapa; cuando daba la sensación de que, recuerda que eres mortal, por una vez se rendía el ciclista esloveno; cuando quedaban sólo cien metros para alcanzar la meta que otros corredores atravesaron empujando la bicicleta, Pogacar se sentó, respiró, apretó los pedales con descomunal fuerza, volvió a levantarse sobre el sillín de su bicicleta, y lanzó un fulminante último ataque al que su dignísimo rival no pudo responder. Se trataba de una etapa del Tour, la primera exigente con final en alto, en la que casi todos los favoritos –si se puede decir que hay más que uno–, llegaron cerca. Por eso, las marcas de las ruedas en la tierra se fueron solapando unas con otras, según recorrían los últimos kilómetros.
Si sólo hubiera sido una pelea entre dos, habría merecido la pena acercarse al lugar en el que Pogacar dio esa última y brutal pedalada y sacar una fotografía de la marca que dejó en la tierra, para exhibirla como la huella de la bota de Neil Armstrong, no confundir con Lance, el ciclista que nunca existió, en la superficie de la luna, porque Pogacar sí que parece estar en otro planeta.
