TOUR 2022
El Tour existe
TOUR DE FRANCIA / UNDÉCIMA ETAPA

ALBERTVILLE / COL DU GRANON-SERRE CHEVALIER (155 KMS.)
GANADOR: JONAS VINGEGAARD LIDER: JONAS VINGEGAARD
La primera vez que el Tour pasó por el Galibier, Emile Georget les dijo a los espectadores: “Os he dejado sin habla”, y a los organizadores: “Ya podrían haber hecho el túnel cien metros más abajo”. Después de ver la ascensión, Henri Desgrange escribió su Acta de adoración a la montaña. Su sucesor, Jacques Goddet describió la ascensión de Fausto Coppi, cuatro décadas después, como la de un teleférico subiendo por su cable.
Nunca deja indiferente el Galibier, que unos metros por debajo de su cima, exhibe un bajorrelieve en homenaje a Desgrange, el hombre que animó en 1911 a George Steines a explorar las posibilidades de los colosos alpinos después de haber sacudido el Tour con la aparición de los Pirineos un año antes.
Falta, en el paso de la comuna de Maurienne a la de Valloire, un recuerdo al primer muerto en la historia de la gran carrera por etapas, el vizcaíno Paquillo Cepeda, casi olvidado por la carrera francesa, que tendría la oportunidad de redimirse en la salida de Bilbao del año próximo. La muerte de Cepeda se minimizó en su momento por los responsables de la prueba, se enterró casi por completo en las páginas de L’Auto, el periódico organizador, pese a la conmoción que causó, y si las desgracias de Tom Simpson y Fabio Casartelli se recuerdan con sendos monumentos, la del ciclista de Sopuerta, que corrió con los colores del Athletic y también los del Real Madrid cuando cumplía el servicio militar, no tiene un soporte físico en el que colocar un ramo de flores.
El Galibier dicta sentencias, como la de Marco Pantani al Tour de 1998, cuando dejó en la estacada, mojado y aterido, a Jan Ulrich, y puede que también la haya dictado esta vez, gracias al trabajo colectivo del equipo Jumbo, y al remate final del nuevo líder, el danés Jonas Vingegaard, en el agotador Col de Granon, en el que consiguió que Pogacar se rindiera. Todavía quedaban tres kilómetros y el esloveno se había desabrochado el maillot amarillo como para entregarlo a su rival.
Pero todo comenzó mucho antes, en el Telegraphe, aperitivo del Galibier, y en el grupo que se formó después en el Souvenir Henri Desgrange, cuando el Jumbo le hizo la envolvente a Pogacar, que tenía que salir a todos los intentos de Roglic o de Vingegaard, con Geraint Thomas, que sabe más por viejo que por diablo, a verlas venir por lo que pudiera caer.
Hasta el momento, el Tour había sido un escenario de exhibiciones de Pogacar, que mostraba su exuberancia en cada llegada, para marcar territorio. No había repecho en el que no atacara para sacar unos segundos, o una bonificación que distanciara y desmoralizara a sus rivales. Pero Vingegaard estaba ahí, a menos de 40 segundos, siempre pegado a la rueda del esloveno, esperando su oportunidad.
Y de repente, cuando el trabajo del Jumbo parecía haberse diluido, y era el UAE el que contaba con Majka para marcarle el ritmo a Pogacar, algo debió ver su más cercano rival que le convenció que no todo lo que relucía era oro. El ritmo era más bajo; ya Nairo Quintana y Romain Bardet se habían catapultado hacia delante sin respuesta del líder, y atacó Vingegaard, a falta de cuatro kilómetros, y replicó Majka, pero no Pogacar, y las exhibiciones de los días anteriores, el desgaste del Galibier, le cayeron encima al dos veces ganador del Tour. También, tal vez, algún problema por no comer a tiempo, y se le desmontó el tinglado. Vingegaard adelantó como una bala a quienes iban por delante, ganó la etapa, se vistió de amarillo y distancia ahora a Pogacar, que ni siquiera es segundo porque le adelanta Bardet, a 2,22m.
La emoción parecía haber desaparecido, pero no. El Tour existe.
