TOUR 2022
La bestia (II)
TOUR DE FRANCIA / VIGÉSIMA ETAPA

LACAPELLE MARIVAL / ROCAMADOUR (40,7 KMS. CRI)
GANADOR: WOUT VAN AERT LIDER: JONAS VINGEGAARD
En la última frase de la anterior entrega, escribí: «Todavía le quedan dos etapas». Ya ha conseguido ganar una de ellas. Así acabaré la reflexión que ahora tecleo: «Todavía le queda una etapa», la de París, la de los Campos Elíseos, aquella en la que los campeones se dan un homenaje y beben champán en copas de plástico para regocijo de los fotógrafos y los cámaras de televisión, en plena carrera; la que disfrutan los familiares de los ciclistas, vestidos de gala, pasa salir a cenar después de los actos de clausura. La que el hotel Crillon, el más exclusivo en la plaza de la Concordia y casi de la capital francesa, aprovechaba para colgar en uno de los mástiles de su fachada, la bandera de la estrella solitaria de Texas, en los tiempos de mentira en los que reinaba Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, y que se alojaba allí, precisamente por ese detalle de la dirección, que por esos precios, ya puede tenerlos.
Posiblemente, aunque vestirá uno de los jerseys que dan derecho a subir al podio, Van Aert, la bestia, no beberá champán sobre la bicicleta, aunque tal vez se moje los labios para hacer el paripé en las fotografías, porque su misión es otra: completar el Tour maravilloso del Jumbo, su equipo y el del ganador del Tour, Jonas Vingegaard, que dio la sensación, en el último kilómetros, de levantar el pie para que la bestia ganase la etapa. Aunque en realidad son dos bestias vestidas de marrón y amarillo, con un maillot cuando menos, de cuestionable gusto. El líder arriesgó en el descenso del penúltimo repecho, y puso el corazón en un puño a todos los aficionados daneses cuando, ¿qué necesidad había?, apuró en una curva y rozó la gravilla junto a la pared de roca, en la que se podría hacer mucho daño. Y no estaban para sustos los daneses después de la cabriola camino de Hautacam.
Pero parecía que Vingegaard quería que la etapa quedara, sí o sí, en manos de su equipo; que ambicionaba poner el broche en la contrarreloj con el Jumbo en lo más alto, y devoraba el cronómetro con sus pedaladas. Sabía que Van Aert estaba por encima de Filippo Ganna, pero tenía que seguir apretando, porque temía la amenaza de Pogacar y Geraint Thomas. Cuando por el pinganillo le aseguraron que ni el esloveno ni el galés mejoraban el tiempo de su compañero, sentado tranquilo en el sillón de gamer de la meta, levantó el pie, disfrutó del último kilómetro con una sonrisa y recibió la palmada de Van Aert justo al atravesar la línea. Después, en vez de sacar el teléfono y llamar a Trine, su mujer, como cada día, se fundió en un abrazo con ella, y con su niña, Frida, vestida de amarillo, que le esperaban emocionadas en la meta. Ya no son los tiempos en que Josiane, la mujer de Ocaña, tuvo que falsificar una acreditación para poder seguir a su marido.
Y entonces, la bestia se emocionó, le cayó encima todo el Tour, episodio a episodio, aseguró que le gusta más intentar ganar cada etapa que luchar por ganar el Tour, y lloró como un niño. Pero esto no ha acabado, por mucho que el Tour ya haya repartido sus galardones y los Campos Elíseos sólo se encarguen de certificarlos. Van Aert es insaciable.
Todavía le queda una etapa.
