GIRO 2023
Los muertos eran de Tercera
JON RIVAS
«Afortunadamente, los muertos eran de Tercera». La frase, dicen, se escribió en un periódico barcelonés, en la crónica que relataba el accidente de tren que ocurrió en Tárrega, el 24 de junio de 1876 y en el que fallecieron dos decenas de personas. Puede que se trate de una leyenda urbana, porque también en el Reino Unido circula una versión inglesa de esa frase. Posiblemente, nunca se escribió así, aunque de aquellos tiempos, en los que las diferencias de clase estaban muy marcadas, cualquiera sabe. Lo cierto es que queda muy feo decir algo de ese cariz , y sin embargo, en el mundo del ciclismo no es inusual hacerlo, aunque, como es lógico, no se emplee la frase en cuestión. Basta ver cualquier caída en carrera, cualquier montonera, y como todos los aficionados y sobre todo los periodistas, escarban entre los damnificados para encontrar a alguno de los favoritos. Y todos ellos respiran tranquilos si entre quienes se frotan el trasero, se sujetan la clavícula o tratan de desenredar la bicicleta entre el amasijo de máquinas convertidas en el cajón de los saldos de un outlet, no aparece ninguna cara conocida ensangrentada, o un dorsal que acabe en uno, el número que identifica a los líderes. Y si hay algún uno, que no sea de uno de los equipos importantes.
Es una reacción muy humana, la de fijarse sólo en los que acaban dando espectáculo, o aspiran a ganar la carrera, y olvidarse de los demás, los figurantes del pelotón, que parece que están ahí para hacer bulto y no, como suele suceder casi siempre, para hacer el trabajo que les ha encomendado su director. Y no es justo, porque esos ciclistas también tienen padres –y sobre todo madres, en un día como hoy–, a los que se les encoge el corazón cuando ver rodar en el asfalto a sus seres queridos. Son gajes del oficio, ya se sabe, pero los anónimos de la carretera parecen a veces deportistas de usar y tirar. Cuando en el Tour de 1935, Francisco Cepeda se cayó en el descenso del Galibier y falleció a causa del accidente, los titulares hablaban del atropello de Antonin Magne, una de las figuras de la época, que se tuvo que retirar. El nombre del vizcaíno sólo aparecía en la lista de retirados.
En la segunda etapa del Giro, los muertos también fueron de Tercera. No fallecieron, claro, pero se vieron envueltos en una caída a 3,7 kilómetros de la meta, es decir, 700 metros antes de la zona de seguridad, y por eso no se dio demasiada importancia al asunto. Cuando las imágenes mostraron que Evenepoel seguía con su rosa delante, y junto a él Roglic o Almeida, el asunto se dio por zanjado, pese a que entre los perjudicados circulaban McNulty y Geoghegan Hart, que perdieron 19 segundos y el segundo, su provisional plaza de podio. Así que, después de comprobar que los perjudicados eran, en su mayoría, viajeros de tercera clase, la atención pasó a observar quién podía ganar la etapa. Se postuló demasiado pronto Gaviria, a quien se lo llevó el viento de cara, y la etapa fue para Jonathan Milan, una bestia de la naturaleza, de 22 años, 1,94 metros de estatura y más de 80 kilos, una mole de piernas poderosas, a quien le abrieron camino para, en cuatro pedaladas, dejar atrás a todo el mundo y levantar los brazos en la meta de San Salvo. Luego lloró, no es para menos.