EL TOUR 2016
Nairo esconde sus balas
NOVENA ETAPA / VIELLA – ANDORRA ARCALIS / 184,5 KMS.
JON RIVAS | Enviado especial
ANDORRA-ARCALIS.- ¿Quiere Nairo Quintana ganar el Tour, o se conforma con volver a ser segundo para mayor gloria de Chris Froome?
Como los equipos no lo van a contar, se supone que el sábado por la noche, además de caras largas, hubo llamada a capítulo en el hotel del Movistar en el Valle de Arán; que Nairo hizo propósito de enmienda y se conjuró para no cometer errores, que ya encadena unos cuantos en los últimos años. Recuerden las llanuras holandesas de la primera etapa en línea de 2015. Ahora se suma el episodio del bidón en la cima del Peyresourde, unido a la valentía de Froome. Probablemente, Quintana ya ha masticado convenientemente esos sucesos, y tiene interiorizado que el Tour es muy difícil ganarlo, pero es muy fácil perderlo por lo que en principio parece una nimiedad.
Pero tendrá también que plantearse, como Menotti dijo en su día de la selección española de fútbol, si quiere ser toro o torero; o si piensa que puede ganar el Tour haciendo un Rajoy, esperando que la fruta caiga madura del árbol o la investidura se produzca por las abstenciones de los demás.
Porque lo que se vio en Ordino invita a la duda. De repente se abrió el cielo y se desataron las tempestades. El granizo apedreó a los ciclistas, ahuyentó a los espectadores. Se montó un espectáculo de luz y sonido con rayos y truenos. En la sala de prensa instalada en una carpa gigantesca, el estruendo impedía las conversaciones; las comunicaciones se cortaron aún antes de la tormenta, como si las compañías telefónicas de Andorra lo hubieran previsto como una parte más del programa de festejos.
Corrían ríos de agua por las cunetas cuando el holandés Tom Dumoulin, un todoterreno, completaba su trabajo del día, desde la Bonaigua hasta Arcalís, permitido por los favoritos para ganar el Tour en cuanto Alejandro Valverde decidió levantar el pie y volver al rebaño, del que había salido como quien no quiere la cosa.
Fue un día de sol y de calor, de matar moscas atontadas por la canícula. En la Bonaigua y Cantó, mientras Contador decía basta y se montaba en el coche del Tinkoff, los espectadores tomaban el sol a pecho descubierto, o cubierto por un bikini. La Seo de Urgell recibió al pelotón todavía con sol, pero bajaba la temperatura y se cumplían las perspectivas. Las nubes comenzaban a cubrir las montañas.
Y cuando se desató la tempestad y Dumoulin tenía abierto el camino a la victoria, en el grupo de los destinados a la gloria se movió todo el mundo menos Nairo Quintana. Atacó Froome, el líder, y Quintana pegado a su rueda; atacó Dan Martin y Nairo pegado a la rueda de Froome. Atacó Porte y allí seguía el colombiano, tan cerca del maillot amarillo que parecían ciclistas siameses. Hasta Yates, el corredor al que dos días antes le atacó el arco del último kilómetro, se tomó la revancha y atacó bajo él. ¿Y Nairo?, convertido en la sombra invisible de Froome. Con su rostro impenetrable aunque le golpee el granizo con saña, no se sabe qué piensa, qué maquina. Y así se puede llegar hasta París si se lo propone. ¿Le saldrá bien el Rajoy a Nairo?
Claro que hay otras formas de mirarlo, porque en casa del Movistar seguro que lo han hecho. La distancia de Quintana con Froome cuando llega la primera jornada de descanso, es de sólo 23 segundos. El año pasado, el colombiano perdía 1,59, y en 2013, la diferencia era de 2,02. Por el momento, ninguno de los ataques de Froome en el ascenso –porque del descenso del Peyresourde mejor aparcarlo–, ha hecho mella en el aspirante. Tal vez ahí deposite su esperanza: en llegar a los Alpes mejor que nunca y resolver en el último minuto, en el último penalti, en el último tiro a canasta. En la última cuesta de la Joux Plaine. Posiblemente, bajo el granizo, no era el mejor día para que Quintana desplegara su poder, así que habrá que ver.