GIRO 2023
Vida perra
JON RIVAS
La de los ciclistas es a veces una vida de perros, ya lo decían los clásicos, como Fernando Quevedo: «Si le cambio a Jesucristo la bicicleta por la cruz, me devolverá la bicicleta y se llevará tres cruces para compensar», confesaba después de una etapa del Tour. «Haber estudiado», contestaba otro clásico, esta vez del periodismo, cuando le hablaban de las penurias de los ciclistas. Cada uno a lo suyo. Pero es verdad que hay veces en las que a las dificultades habituales de una carrera, se unen otras que llegan sin esperarlo o que se prevén pero no se pueden controlar. Si amanece con lluvia, los ciclistas fruncen el ceño, porque saben que tendrán que extremar la precaución, y ni así es posible saber lo que puede pasar en cualquier pueblo por el que pasa la carrera, como que se cruce un perro y desequilibre a Ballerini, y mientras el corredor hace lo imposible para mantenerse en equilibrio, su bidón de agua sale lanzado y lo pisa la rueda delantera de Evenepoel, que se cae de culo.
Un perrillo de aguas parecía, descontrolado, sin dueño, en medio de la carretera, y cada vez que aparece uno en medio del pelotón, a los viejos aficionados se les va la memoria a Joaquim Agostinho, el bravo ciclista portugués al que se le atravesó un can mientras esprintaba en la Vuelta al Algarve, se fracturó el cráneo y se juntaron todas las fatalidades posibles. Le llevaron al hotel a descansar y allí perdió dos horas; después al hospital que no tenía servicio de neurocirugía. Tuvo que recorrer 300 kilómetros en ambulancia hasta Lisboa, y allí volvieron a perder un tiempo precioso, porque su equipo, el Sporting, decidió trasladarlo de un hospital público a una clínica privada. Cuando le operaron, su estado era crítico. Dos días después los médicos lo declararon clínicamente muerto, pero Joaquim era un portento físico y su corazón aguantó ocho días más. Vida perra. Agostinho se consideraba un emigrante, decía que la bicicleta era su arado. Como Quevedo, para el que más cornadas daba el andamio.
Lo de Remco no era nada, aunque se quedó sentado en el suelo maldiciendo, y tardó en levantarse, tal vez pensando que lo de ceder la maglia rosa no había salido tan bien como esperaba; que le apetecía un día tranquilo y se estaba estropeando, por la lluvia y por el perro. No sabía que aquello no era lo peor, porque después de una jornada de resbalones y charcos, y tras otra montonera en la que se quedó cortado Primoz Roglic, que tuvo que coger la bicicleta de un compañero, y sudar para reengancharse al grupo, llegó otro incidente inesperado, ya dentro del espacio supuestamente seguro para los ciclistas. Lo es para no tener que preocuparse de los tiempos en caso de accidente, pero no para un corredor despistado, y Remco lo fue nada más pasar bajo el arco de los tres kilómetros finales, se relajó, miró hacia atrás, justo cuando pasaba el tren del Trek para llevar a Pedersen hacia la cabeza, otra vez al suelo, otra vez sentado en la acera, manoteando, maldiciendo, impaciente porque se retrasara el coche de su equipo. Alcanzó la meta con parsimonia, contando a quien le quisiera escuchar, como había sido el accidente. Luego, el médico del Soudal ofreció el parte médico: «Remco tiene mucho dolor en el lado derecho, un hematoma con contractura y algunos problemas en el hueso sacro. Con suerte, un buen masaje y un tratamiento osteopático seguido de una noche de descanso, las cosas irán mejor. Sabremos más por la mañana, pero lo que es seguro es que la sexta etapa será difícil para él».
Todavía quedaba una caída, en la meta, mientras los ciclistas disputaban el esprint. Se descontroló Cavendish al pisar una línea blanca, después hizo el afilador, y entró en la meta en quinta posición deslizándose sobre el asfalto, y arrastrando, antes y después, a varios ciclistas. Se libró Kaden Groves, que ganó la etapa. En la meta, sólo él, el líder Leknessund, y Primoz Roglic, tenían motivos para estar felices: «Tuve muy buena suerte, me golpearon en la pierna por detrás y un corredor se estrelló justo frente a mí, pero no me pasó nada». Evenepoel no pensaba lo mismo: «Dos caídas en tres semanas es mucho; dos el mismo día es demasiado». Vida perra.