GIRO 2023
Réquiem por los perdedores
JON RIVAS
Aunque en un Nápoles de fiesta por el Scudetto del pasado fin de semana, una gesta que se celebrará durante meses en el sur de Italia, la etapa la ganó Mads Pedersen, el hombre que se vistió de arcoiris en Harrogate, la ciudad de la lluvia en Yorkshire, en la que se celebró el festival de Eurovisión en 1982; aunque las atenciones en el podio fueron para el danés y para el líder, el noruego Andreas Leknessund. Aunque los focos estaban centrados en Remco Evenepoel, el ciclista que se pasó un par de minutos sentado en el suelo en la etapa anterior después de sendas caídas, y que en la salida, también napolitana, parecía casi recuperado y le daba toques a un balón recordando sus tiempos en el Anderletch y la seleccion belga Sub 16.
Aunque había muchas cosas que resaltar, importantes, evidentemente, el protagonismo del día se lo llevaron dos perdedores que hicieron todo lo posible por ganar, pero no lo consiguieron, y que destacaron con su actuación que vencer es muy complicado, por muchas ganas que tengas y por mucho que lo intentes. Alessandro De Marchi y Simon Clarke fueron esos perdedores que se quedaron en el camino, a sólo 300 metros de la meta después de cabalgar juntos durante muchos kilómetros. Como Paul Newman y Robert Redford en los papeles de Butch Cassidy y Sundance Kid en Dos hombres y un destino, se lanzaron al vacío en una aventura que casi nunca prospera, pero que esta vez estuvo a punto. Cuando hila tan fino el pelotón, al espectador neutral le queda un punto de desasosiego, la desazón de haber empujado, frente al televisor, a los ciclistas escapados, y no haber conseguido que ninguno de los dos pudiese ganar. Daba lo mismo quién fuera. En ese momento, el aficionado espera, que como cualquier película, tenga un final feliz. La de Redford y Newman no lo tuvo, la de Clarke y De Marchi, tampoco.
Quienes más se lamentaron fueron ellos mismos, aun a sabiendas de que también eran los más conscientes de que las probabilidades de acabar bien eran ínfimas, pero claro, después de tener al pelotón a un minuto durante muchísimos kilómetros, y de mantener 15 segundos de ventaja debajo del triángulo rojo de los últimos mil metros, la rabia es infinita. «Hacemos tantos sacrificios que realmente duele cuando te acercas tanto a la victoria», decía Clarke, después de abrazarse con De Marchi. «No es agradable perder de esa manera, que te atrapen tan cerca. Hubiera preferido que me pillaran a diez kilómetros del final que a 200 metros». Esa es la cuestión fundamental, pero el pelotón es implacable, sobre todo si detecta la vacilación en los débiles, que eran ellos. «Al final de la etapa, siempre va a haber un momento en el que tienes que decidir dejar de tirar. No puedes tirar todo el camino hasta que falten diez metros. Necesitábamos 10 o 15 segundos más, pero era inevitable hacerlo así».
No hubo reproches entre quienes antes habían sido compañeros de equipo, ni a pesar de que De Marchi racaneó en los kilómetros finales. «Alessandro falló en algunos relevos, pero no puedo culparlo. Dio todo lo que tenía y no hubiéramos llegado tan cerca sin su contribución», confesaba Clarke, y De Marchi venía a decir lo mismo: «Quería intentar ganar. El segundo también hubiera sido genial, pero jugué para ganar. Hice algo que nunca había hecho en mi carrera: racanear algunos relevos. Traté de obligarlo a comenzar el sprint pronto y luego pasarlo, pero no funcionó. Me duele no lograrlo, pero seguiré intentándolo». Entre las frases del italiano, esa declaración de que el segundo puesto hubiera sido genial. Quería ganar, pero no le importaba que lo consiguiera su rival. Todo menos lo que pasó, que les arrolló el pelotón y ganó Pedersen. Réquiem por los perdedores.