GIRO 2023
Marcha cicloturista
JON RIVAS
Sin novedad. La marcha cicloturista que finalizaba en el Gran Sasso de Italia, acabó sin nada que destacar. Las seis horas y pico sobre la bicicleta se solventaron sin demasiadas incidencias. Alguna caída, unos cuantos pinchazos, en los que intervinieron con celeridad los auxiliares, y poco más. Daba tiempo a comentar, incluso, que en aquella cima nevada estuvo prisionero durante un mes Benito Mussolini, que fue rescatado por los alemanes y llevado a presencia de Hitler. Fue en 1943, y un pedazo de bestia nazi llamado Otto Skorzeny, se encargó de la misión con un grupo de paracaidistas, sin disparar un tiro, pese a que los carabinieri que custodiaban al Duce en el hotel Campo Imperatore, tenían órdenes de fusilarlo en caso de ataque. Se rindieron a la primera y Skorzeny metió a Mussolini en una avioneta, se metió él y un escolta, y la aeronave apenas pudo remontar el vuelo, aunque al final lo hizo. Skorzeny, pese a centenares de fechorías en nombre de Hitler, se rindió a los americanos y poco después se instaló en España, donde murió de viejo, protegido siempre por el régimen franquista.
En fin. Habrá que escribir de historia, porque de ciclismo hay poco que decir, que hasta los veteranos del Giro E se esforzaron más que quienes aspiran a vestir de rosa en Roma. Hay que desatacar, eso sí, a los tres valientes que se atrevieron nada más comenzar a la etapa, a protagonizar una aventura que duró más de 200 kilómetros y tuvo final feliz porque nadie lo impidió. Fatigados al final con el viento de cara, los escapados perdieron minutos en las últimas rampas del Campo Imperatore, pero como los paracaidistas de Skorzeny, no encontraron resistencia para llegar, porque quienes debían darle un poco de vida a la etapa, se rindieron como los carabinieri hace ochenta años.
Habrá que dar el mérito que se merece a los tres únicos ciclistas que quisieron que aquello no fuera una marcha cicloturista sino una etapa del Giro. Simone Petilli, Davide Bais y Karel Vacek merecieron la victoria. Los tres, pero sólo podía hacerlo uno, y en los metros finales, el más entero fue Bais, del equipo que gestiona Alberto Contador. Se entendieron bien durante 210 kilómetros, y en los cinco finales, cada uno fue a lo suyo, cuando vieron que ni en motocicleta podían alcanzarles los que dormitaban en el pelotón. Habían llegado a alcanzar casi doce minutos de diferencia, que se redujeron a poco más de tres en la línea de meta, pero para Bais era suficiente.
Claro que a quien mejor le iba era a Evenepoel, que comentaba al final que había sido un día perfecto para él. «La tregua vino principalmente por el viento en contra, y no era fácil tomar la iniciativa. Era casi imposible atacar. En esas circunstancias, no se podía esperar gran cosa». Pero ni Thomas, ni Roglic, ni nadie, lo intentó de ninguna manera, así que el campeón del mundo terminó la segunda etapa con final en alto, con las fuerzas casi intactas y sin preocupaciones. Bueno, sí: una. Mientras los demás ciclistas descendieron hacia los hoteles en teleférico, su equipo contrató un helicóptero para hacerle el camino más corto. «Estoy un poco asustado». Tal vez alguien le había contado por el camino la historia de la avioneta de Mussolini, que casi se estrella al despegar. Remco, no obstante, llegó sano y salvo.