FÚTBOL
La nueva inquisición
JON RIVAS
El primer contacto que tuve con los directores de partido de la Liga de Fútbol Profesional fue en Ipurua, y lo que vi aquel día me causó tan mala impresión que desde ese momento les tengo cierta manía, qué quieren que les diga. No sé si han estado en el campo del Eibar un día de partido. Allí no hay demasiado espacio, así que los autobuses de los equipos aparcan en la carretera que sube a Elgeta, y los futbolistas tienen que recorrer un tramo de 50 metros hasta la entrada al campo. Allí vi actuar por primera vez al director de partido, que se dirigió a un cámara de televisión, que estaba grabando las imágenes de los jugadores bajando del autobús visitante y le dijo que no podía hacerlo. Como es lógico, el compañero de la cámara le mandó a freír espárragos y siguió a lo suyo. Estaba en la calle y grababa lo que le venía en gana.
Vamos, que en la primera actuación delante de mis ojos, ya observé una tendencia inquisitorial en esos señores vestidos con traje de color Azul Real –Royal Blue es el nombre original–, que parecen comprados a la medida –se pueden elegir las tallas–, en Ali Express a 80,42 euros y que les dan cierto aire funcionarial, pero no de funcionario probo, sino exportado de la antigua República Democrática Alemana, aunque allí los trajes eran aún de peor calidad. No sé por qué me vino esa idea a la cabeza, pero después de verles hacer fotos de todo lo que pillaban con la tablet (incluso de los coches aparcados en la acera de enfrente de Ipurua), aquella noche soñé con la magnífica película «La vida de los otros».
Al día siguiente me enteré, a mayor abundamiento, de que los directores de partido se dedicaban a tiempo completo a recaudar dinero para la causa a base de multas. Los clubes, sobre todo al principio, andaban con pies de plomo para evitar recibir sanciones: que si el entrenador llega medio minuto tarde a la entrevista con la tele, multa; que si el equipo se retrasa en salir al campo tras el descanso, multa. Me contaron que un club había recibido una sanción de 2.000 euros porque en la habitación que tienen habilitada los directores de partido en cada estadio, quién sabe para qué oscuros manejos, el rótulo de la puerta decía: «Directores de partido» en vez de decir: «Directores de partido LFP». ¿dos mil euros? Vamos. Si llego a ser yo Javier Tebas, les envío directamente a Segunda División. Creo que el presidente de la Liga se está haciendo un blando.
Todas estas cosas que me hacen añorar el fútbol de hace unos años, pero la LFP es la dueña de la competición, y si los clubes lo admiten, allá ellos por dejarse manipular de esta y de otras formas similares, pero lo que ya me parece inadmisible es la injerencia de la nueva inquisición hasta en los entrenamientos y en la forma de trabajar de los equipos. Bien está que, como sucede ahora, los directores de partido acudan a las sesiones de los equipos para velar porque se cumpla el protocolo sanitario a causa del coronavirus, pero que se inmiscuyan en lo que sucede en los entrenamientos o en la relación entre futbolistas y entrenadores ya es directamente denunciable.
Me remito a un artículo de mi compañero Daniel Gómez en EL PAÍS en el que relata cómo el entrenador Javier Aguirre, al que supongo también bastante harto de la nueva inquisición, desveló que el director de partido que acude a los entrenamientos del Leganés, había prohibido a su preparador físico, Pol Lorente, utilizar un amplificador para dirigirse a los jugadores: «Le dijeron que no podía utilizar ese cacharro», dijo el Vasco, que también apuntó que la presencia del hombre del traje Azul Real cambia el día a día: «El hombre está ahí, hace su trabajo, es muy majo pero lo vigila todo».
Sólo faltaba que el director de partido se dedique a prohibir lo que quieran los técnicos utilizar siempre que no se quebranten las reglas para evitar las infecciones. Me imagino a alguno de ellos prohibiendo a Luis Enrique subir al andamio, como si formara parte de un piquete en una huelga de la construcción, y lo que tendría que escuchar de boca del asturiano.
Pero lo peor de todo es la matización que el Leganés, supongo que debidamente aleccionado por la LFP, y la propia Liga, hicieron a las palabras de Aguirre: «Sólo le recomendaron a Lorente que no utilizara expresiones malsonantes puesto que el entrenamiento se estaba grabando para difundirlo a los medios». ¿Cómo? Peor me lo ponen. ¿De qué van la Liga y sus inquisidores?, ¿que un entrenador no puede decirles a los jugadores lo que le venga en gana, aunque sean expresiones malsonantes? Es poco educado, ya lo sé, pero es parte del trabajo. A ver si ahora los entrenadores van a tener que ser políticamente correctos dentro de esa corriente de ñoñería social que se está asentando de un tiempo a esta parte. Cualquier día la Liga implanta los cambios obligatorios cada cinco minutos para que todos los jugadores puedan participar como en las competiciones escolares, y no se sientan dolidos en su orgullo por no ser titulares.
Estamos llegando a unos extremos en los que dan ganas de que el fútbol no regrese nunca. Cuando leo que un entrenador le pidió permiso al director de partido para ponerles música a los jugadores que hacían ejercicios de resistencia en solitario, ya me entran directamente ganas de vomitar. «Pusimos el rock’n’roll a tope y no nos dijo nada». Vamos, un triunfo, un gol que le metieron al Torquemada del traje azul real. Que paren éste fútbol que me quiero bajar.